jueves, 29 de noviembre de 2012


Salgo de La Pedrera de ver la exposición retrospectiva de Colita, la reportera que puso en imágenes eso que se llamó en los 60 la gauche divine, que por cierto, era mucho más divine que gauche. Imprescindible la entrevista filmada con la propia autora al final de la muestra, donde deja claro que, lejos de lo que las izquierdas más militantes nos quisieron vender durante el tardiofranquismo, aquel grupo de amiguetes, todos de buena familia (todos menos Terenci y Maruja, que ejercían un poquito de bufones de la corte) tenían poco de políticos y mucho de vividores. Y de moscas cojoneras para el régimen, que no debía de ver con muy buenos ojos como aquellos cachorros de las mejores familias de la burguesía barcelonesa, se comían la vida pasándose las buenas costumbres por el forro a cara descubierta y no en el secreto de los palacetes, como estaba mandado. Imágenes de Carles Barral, Teresa Guimpera y de Gil de Biedma (¡que bueno estaba el cabrón, al menos, en esa foto!), pero también de Carmen Amaya, de las barracas de gitanos del desaparecido Somorrostro, de la putas de Raval, cuando era el Barrio Chino y de las primeras manifestaciones, entre ellas, las del Orgullo Gay ¿En los 60 todos los maricones tenían más pluma que un espectáculo de Celia Gamez? Posiblemente no, pero a ellos, a los que se les notaba, era a quién más quemaba los bajos la situación y fueron los primeros en dar la cara con valentía, maquillaje y mucho marabú. ¡Y suerte que tuvimos el resto! Sensación de haberme perdido una época interesante,  por anterior a mi. Y sensación de que me toma el pelo la entidad bancaria que gestiona el edificio por cobrarme 3 euros por la entrada. No discuto que los vale; eso y más,  pero no me creo la puedan financiar con fondos propios porque la banca, al igual que la Iglesia, es pobre.

Recibo un wshas de Rita, mi mejor amiga. Me espera cerca, en el Osbar, para tomar una copa. Pasan de las 7 de la tarde y emular a Sue Ellen ya es social. Cuando llego, Rita ya lleva un gin tonic de ventaja, pero es que Oscar, el dueño, prepara algunos de los mejores combinados con ginebra de la ciudad. Seguro que la Reina Madre Windsor lo hubiese nombrado caballero ¡Y no hablo de los mojitos!
En las paredes, una colorista exposición de ilustraciones de un autor que conozco. Imponentes chulos sobre papel que Rita y yo disfrutamos entre buena conversación y los efluvios de los destilados.
Dos horas después vuelvo al redil. Rita tiene que recoger de casa de unos amigos a su hijo, mi ahijado por añadidura y la edad me ha hecho disfrutar más de las horas del crepúsculo que de las de la noche profunda. Vuelvo en bicing y escuchando en mi iPod temas de Glee ¿Se puede ser más marica? Es sábado noche y parece que las calles están sometidas a un constante casting. A veces, hasta me he llegado a plantear si no existe una especie de policía secreta de la estética que se encarga, por las noches y a escondidas, de hacer desaparecer a los feos. Porque en Barcelona, hay que admitirlo, los hombres están tremendos. O tal vez solo sea que ese histórico vivir y dejar vivir que siempre ha caracterizado a la ciudad, ya desde que Jean Cocteau la visitara a principios del siglo pasado, impregna de una relajada belleza a todo aquel que la habita, ya sea nativo o simplemente, alguna de esas personas de cualquier lugar del mundo que ha elegido fijar su residencia en Barcelona porque si, porque le ha dado la gana y le apetecía. O aún más sencillo; los gintonics favorecen mi visión del entorno. Sea como fuere y a ritmo del grupo de canto y baile de esos pretendidos chicos de la América Profunda me empapo de la arquitectura, al clima benigno con que la naturaleza nos a dotado y ese maravilloso Mediterráneo que nos trajo el instinto comercial de los fenicios, la forma de relacionarse de los griegos, la política de los romanos o la exquisita cultura de los árabes. A todo eso y a esa legión de tíos que llenan las calles y me ponen cardíaco cada día, dedico ese paseo.